sábado, 30 de abril de 2011

Imaginación

No quería dejar de mirar sus ojos sonrientes, su boca amable,su sonrisa traviesa.
"Tengo mucha imaginación"-dijo mientras por dentro pensaba cualquier otra cosa. Se quedó pensativo, bueno; no, él no pensaba casi nada.
Mientras, afuera, alguien atrapaba un nuevo fracaso y el maldito rayo de sol no dejaba de jode
r.

Fade out

  .. y un soliloquio en off de una voz lejana que se va alejando,funde en negro...no hay otro color.

Morfeo

Soñaba con su cuerpo alto, moreno, delgado junto al suyo fundiéndose en una pugna sin fin de murmullos entrecortados. Soñaba que soñaba. Soñaba su cuerpo, sus gestos, sus caricias; pero no soñaba su voz.
Al despertar se tranquilizó y ya no quiso volver a soñar.

viernes, 29 de abril de 2011

110

Lento, muy lento; así era el ritmo que marcaban los pasos llevando el ataúd donde reposaba el joven muerto en accidente de tráfico por exceso de velocidad.

La mañana

Un hombre espera tumbado sobre la cama. Hace rato que el despertador ha sonado. La luz gris de la mañana araña su ventana. El hombre está expectante, aguardando como todos las mañanas desde hace unas semanas.
Aquella mañana, mientas aún tenía los rastros del último sueño pegados a sus ojos, le sorprendió una extraña claridad en su cuarto. Al principio pensó que ya había terminado la temporada de las lluvias, pero al incorporarse vio esa figura resplandeciente a los pies de su cama.
La mujer le miraba  envuelta en una sorprendente luz cálida. Su mirada limpia y serena le hizo olvidar sus miedos. Lentamente la mujer se desnudó despacio, sin lascivia; pero sensualmente y se acurrucó junto a él. Comenzó a besarle y a acariciarle como nadie lo había hecho. Sus cuerpos se fundieron en una sinfonía de movimientos. Al poco rato ella desapareció. Él no supo si había sido un sueño o fruto de algún fenómeno extraño, pero lo cierto es que en la habitación flotaba un inequívoco olor.
Los encuentros se repitieron todas las mañanas. La mujer jamás dijo una palabra. Desde  su boca  sólo salían gemidos, suspiros y jadeos. Él nunca intentó comprender, sólo sentir aquellas oleadas de amor que le regalaban las mañanas porque aquello no era sexo sino puro amor, sentimiento en estado primitivo
Desde hacía unas mañanas ella no aparecía para comenzar el día. Él se empezaba a preocupar, acaso todo había sido una invención de su mente, acaso su soledad comenzaba a jugarle malas pasadas. El hombre se levantó de su cama con ánimo triste y se encaminó a su trabajo donde le esperaba una rutina monótona y gris.
Al regresar de su trabajo había una persona esperándole. Su cara se iluminó y ella pintó la noche con los colores más hermosos. Su voz cálida le susurró al oído  “¿Por qué no has venido estos días, mi amor?”. Entonces él supo que por fin había regresado y que ella jamás se marcharía de su lado

martes, 26 de abril de 2011

Gralaw

                 Sigue cayendo la lluvia sobre el páramo. Me han traicionado una vez más. Escucho rumores en la oscuridad que me hacen estremecer. Quisiera huir hacia la lluvia y la luz. El viento parece eterno. No hay tonalidades, no hay rostros.

                   Se acercaban. Faltaba poco para la medianoche. Habían cabalgado toda la noche en pos de él sin que les hubiese importado reventar a sus monturas. Su caballo yacía muerto a tres leguas, no podía rematarlo porque se delataría y no debía romper los rituales. No temía la muerte, más bien la deseaba. Oía el resoplar de sus caballos cada vez mas cerca. Presentía el vaho de sus respiraciones, se encasquetó el yelmo que no se había puesto porque sabía que le alcanzaría por la noche; sabía tantas cosas.

                 Allí estaban, las espadas desnudas, los rostros duros por el acero de sus cascos. ¿Para que huir? Levantó su acero y esperó a sus contrincantes. Sabia que la tercera acometida le mataría, sabia que el recibiría una estocada en el pecho, sabia que no era su hora, sabia que le dejarían un caballo, sabia que todo volvería a repetirse con el siguiente amanecer, como ayer, como siempre; desde que había robado el expediente 765 en Tzaragoza.

jueves, 14 de abril de 2011

Fiebre

El termómetro alcanzaba los 40º.
La habitación  se estiraba en un extraño juego de dimensiones  y siempre, en una esquina, estaba aquel hombre vestido de negro sonriendo torvamente. Intentaba cerrar los ojos para no verlo, pero sentía  su presencia y su aliento en mi rostro, a pesar de que parecía estar a muy lejos  su cuerpo parecía estirarse como una lombriz.
Hoy me horroriza  su  recuerdo cuando noto que se acerca la fiebre.

miércoles, 13 de abril de 2011

Falwai

                                         Gritaban todos los relojes de la ciudad. La noche suicida reflejos de ámbar.  Un pájaro danza sobre el pecho del horizonte. El viento dibuja mapas para devorar  barcos fatuos y besos de amantes tísicos. Atrapar oscuros reflejos en espejos lejanos y terribles.

                                          A veces me pregunta sobre los reflejos de los vasos al mediodía. Sonrío y busco una respuesta sencilla mientras imagino el paso cansino de los tranvías.

                                         A veces es solo el silencio en una mañana y la leve claridad entre las persianas. La suave caricia de su cuerpo tibio acurrucado cerca del mío.

                                        A veces es una respuesta mordaz, un comentario hiriente y sincero: una manera de sentirse vivo, de respirar fragmentos de realidad.

                                      Yo no me pregunto nada. Intento sobrevivirme mientras pueda; sin pensar ni actuar.

                                     Finalmente todo ocurre en su estúpida cabeza hueca, en su mente de hortera de transistor esperando la hora de los suicidios televisados para construir alianzas  con la noche. Comienza a caer un aguacero de frambuesa que trae hermosas historias. Luces de nuevos días que jamás llegarán. Saber que nadie traspasará ese umbral y que, tal vez, la próxima copa sabrá mejor.         

                          Abriremos los ojos. La habitación ya no es la misma, pero tú sigues sin comprenderlo. Los ñandúes polacos recogen tus últimos sueños.

                    Todo esta perdido, duele la garganta cuando el humo del cigarrillo apuñala las heridas de la faringe. Algunos querían huir hacia las colinas flotantes, otros preferían vomitar sueños ajenos. Te aferrabas a mi  cuerpo buscando mis venas y los olores del pasado. A lo lejos una orquesta destrozaba un ragtime.

                      Un ciudadano subió al tranvía. El calor era insoportable y  aquél abrió la ventana. Llegó el ñandú-cobrador con expresión ajada, barbitúrica. El ciudadano buscó su billete malva. El ñandú polaco agujereó el boleto, sacó lentamente un abrecartas oxidado y se lo clavó en su abultado vientre. El ñandú sostenía una nota en su garrita aún trémula. El ciudadano la leyó en voz alta. Apenas le hicimos caso, pero el gritaba: “Huir no evitará tu muerte, el destino te atrapará. Ella lo dijo: Morirás antes de llegar a la próxima parada”. Yo no quise presenciar su fin. El ciudadano sacó  la cabeza por la ventana, pero no pudo ver gran cosa: un poste de teléfonos le arrancó la cabeza de cuajo. Al escuchar el impacto el ñandú polaco se levantó de un salto y comenzó a reír, jamás habíamos reído tanto. La cabeza del ciudadano rodó unos metros hasta los pies de un tratante de sueños, sus labios todavía esbozaban una mueca de desagrado prepotente. 
                       A veces es agarrarse al volante con ese gesto arrogante y suficiente que no puede apartarse de su meta.

                        La brisa se colaba por las ventanillas abiertas. Mis manos recorrían tu cintura buscando el cierre impertinente de tu vestido. En los cafetines sucios se amontonaban comensales que brindaban con aguarrás. Musitaste como pretexto Falwai y la luna roja volvió a burlarse de nosotros. Tu manera de fingir ya no podía asustarme.

                        A veces dejábamos atrás la ciudad amarilla y nos perdíamos en la campiña. Los árboles amenazaban con sus gestos rituales. Tenías miedo, pero no te creí; rechacé tu cuerpo. El ñandú conductor musitaba palabras y tuve que apuñalar su cráneo blando y fosforescente. El vehículo chocó contra un ululador de pantanos. La sangre del ñandú salpicó mi hermoso traje. Caminamos de regreso, tú junto a mí, tu cabeza destrozada; una lástima porque nos esperan días felices.

                       A veces es sólo el sol de la mañana y el leve rumor de unos pasos acercándose despacio anunciando que la condena y la tortura han comenzado.

                    Veo las viejas fotografías de la ciudad blanca y sé que ya no merece la pena preguntar nada. A veces es sólo la nada y la imagen de aquel ultimo sueño

Aquí y ahora

Dadme brisa nocturna, dadme sabores reencontrados, dadme la leve caricia de unos ojos, dadme mapas prohibidos...dadme ;fue dicho "Pedid y se os dará".
Y ya no fue espera, no fue más una estación de tren ni un largo túnel hacia ninguna parte; no fue un autobús alejándose ni un tren partiendo; ya no fue espera...es el aquí, el ahora.
Aquí y ahora...aquí y ahora es la sensación de pertenecer, de ser tenido...y dejarse llevar así; sin importar nada más.
Hechizado, embrujado, capturado, prisionero...que dulce sensación; sintiendo los arañazos, sintiendo los mordiscos...deseando ser devorado, ofreciéndome tal como soy con las palmas de las manos hacia arriba.
No hay más que el aquí y ahora...sea este cual sea; no existe el tiempo más allá de esta copa de vino, más allá de este cigarrillo eterno.
Aquí y ahora es la noche tranquila, quizá me esconda en algún lugar conocido pero nunca pisado, quizá me acurruque en algún rincón de un sueño; quizá encuentre un resquicio en la oscuridad.

martes, 12 de abril de 2011

Falsend 3.0

                                    Una nube acaricia el cielo. El silencio de la media tarde. No estar vivo, pero dejarse existir al compás de la brisa.


 Océano.

 Sonido aterrador de las olas arañando la arena de la playa vacía, rumor de una máquina de juegos, repiqueteo insistente de la cucharilla removiendo el café.

El sabor amargo y fresco de una cerveza. Un pañuelo anida en su cuello, el sombrero reposa sobre la mesa. La ciudad se encoge bajo el sol. Gaviotas en la irreal línea del horizonte donde se suicidan paquebotes indecisos.

Las manos juguetean con un papel arrugado. Demasiado tiempo alejado. El camarero deja unas monedas, su desprecio y un retazo de pasado sobre el velador evitando que sus miradas se crucen.

Fuma un cigarrillo con lenta pereza. El océano gira en olas de color marengo y magenta: la señal de los días tristes que regresan. Se levantó y comenzó a caminar apoyado en un elegante bastón. Andaba con aire desmañado, casi derrotado.

 Hacía mucho tiempo que ella le había regalado un hermoso pañuelo azul el cual había jurado no perder; han pasado muchas galernas desde entonces.

Buscó lejos sus besos, su mirada, el brillo de sus cabellos y encontró fragmentos de ella que abrazó en largas noches de tempestad. Siempre conservó el pañuelo a pesar del viento frío en sus pesadillas y las risas de los ñandúes polacos.

Ella acaricia la mano surcada por mares y vientos extraños. Una lágrima resbala cuando el barco avanza hacia la ciudad de recortable dejando lejos el muelle. Él besa su cabello como si fuese la primera vez, lejos queda el rostro ajado del derrotado. Él sonríe cuando ella le cuenta que jamás quiso al hombre que señalaba la prenda que creía insignia de su amor. Ella se acurruca junto al hombre que la buscó en otros cuerpos mientras, el otro, el vencido, no comprendía como el hermoso pañuelo azul, signos de promesas inquebrantables, lucía duplicado en otro cuello.

El paquebote avanzaba buscando el horizonte, aun tenía tiempo de echar una mirada, con sus prismáticos de aduanero, a la cubierta de primera clase: los dos sonreían; pero el derrotado creyó ver una sombra de venganza en los ojos del que había regresado después de tantos años, con un hermoso pañuelo de seda azul al cuello.

domingo, 10 de abril de 2011

Falsend 2.0

                        Jugando a callar con los dedos enterrados en su cabellera negra. Luna que ríe, lejos aúlla el océano. Cabellos prisioneros, dedos que se desmayan. Estalló en pedazos. No hay dinero para comprar el silencio de la brisa.
Existen trescientas razones para no destrozar la cara de los relojes dormidos. Alguien solloza y los ñandúes polacos se niegan a saludar a los cometas.
Ciudadanos y tratantes de sueños golpean a un ñandú polaco. No saber el nombre, pero continuar con el juego. Acariciar suave como sus ojos. Un encuentro de estrellas fugaces. Buitres y ciudadanos se manotean las espaldas recordando viejos tiempos.
La luna apaga sueños. Caricias lentas entre la oscuridad del abandono. Música para los sordos que hacen el amor dando alaridos. Un sentimiento recorre la piel fresca, hecha para ser mordisqueada, para ser surcada en nuevas singladuras.
Huele a estancias vacías. Una flor grita y las colinas flotantes cabalgan sobre un océano interminable.
Jugar a esconderse  tras los vidrios empañados. El neon bailotea sobre los cubitos de lluvia. Dolor, angustia y, lejos, unos ojos que atrapan amaneceres. Escaparse entre las miradas nerviosas de los aspirantes a suicidas.
 La brisa dibuja un rostro. Sobran palabras. Quieren engañarnos ocultando las nubes cargadas de deseo. Suave, muy suave como el roce de un vestido que resbala piel abajo. Parecen frescos, suaves, húmedos; hechos para ser besados, la mano se detiene en los cabellos. La luz ahogada de una ola se esconde en la noche de sus ojos.
Piel y viento. Grita el océano celoso. Huyen gaviotas. Relojes que enjugan una lágrima de mercurio. Desean atraparnos antes de que salga el sol. Todavía tenemos tiempo para eludir aguaceros de moras. Los calendarios lo ignoran todo. Agárrate a mi cuerpo.
Viajar hacia un destino conocido sólo a medias.
Poco a poco, la luz. Bosteza la luna reflejada en su mirada. Ellos señalan hacia el horizonte vacío de nubes escarlatas. Antes del ultimo amanecer podríamos brindar con licor de roble y miradas cálidas. Deslizarse suavemente, sin miedo, sin pensar en sus asquerosas manos sobando tu cuerpo, bebiendo tus ojos, ahogando tu mirada de brisa fresca.
Contemplar el suicidio lento de las olas en la playa. Bandadas de palomas enigmáticas cruzan algunos recuerdos. Un velero solitario desafía al sol adormilado. Caen los brazos eludiendo el postrero abrazo.
Dar un trago lento a la copa de licor rododendro. Las manos dibujando ríos sobre tu cabello. Te metieron en un ridículo cochecito color avellana. Ellos sonreían mientras me golpeaban sin ganas, sin odio; cumpliendo el ritual. Tosí y escupí sangre.
Aspirar el aire tormentoso. Dar patadas a los botes vacíos. El océano parecía reírse, le lancé una piedra. Dicen que las palomas ya no devoran rayos de sol, prefieren mecerse en tu sonrisa. Aguardo a que venga la noche para esconder mi tristeza mientras suenan viejas tonadas de amor

viernes, 8 de abril de 2011

Falsend 1.3

La lluvia es hermosa cuando resbala por tu rostro y anida en tu cabello. Me gusta beber los aguaceros en tus labios y recorrer tu cuello húmedo de ríos nuevos que se pierden entre los secretos de tu cuerpo.

El chaparrón me sorprendió tomando un licor de claveles amargos, Recordé tu olor bajo la lluvia y salí corriendo. Chapoteaba alegremente  eludiendo a los torpes ciudadanos. Mi camisa pegada al cuerpo, empapada impregnándome de frescor. Lamí las gotas que resbalaban por mi cara. La ciudad sonreía entre charcos y bocinas.
 Llegué rendido al edificio donde decías trabajar. Miré mi reloj que aullaba de placer y me recordaba que aún había tiempo para una copa de licor. Me senté junto al gran ventanal, esperando que salieses para  sorber el agua en tus labios. Estaba contento y le sonreía al chubasco cómplice.
Saliste del edificio agarrada por la cintura de un hombre apuesto. Me incorporé y, cuando iba a cruzar la calle, ese hombre profanó tus labios. No reaccioné, vi tu mirada brillante desde el otro lado de la calle, su gesto lascivo y desmayado, tu cuerpo adaptándose a sus caricias.
Intenté seguiros. La lluvia me golpeaba la cara. Caminabais lentamente esquivando los goterones y, de vez en cuando, deshonrabais nuestro ritual. Una bicicleta me arrolló, al levantarme; derrotado, enfadado y triste os había perdido. Escuché una voz que se disculpaba; era una ciclista de ojos verdes y cintura breve. Decidí que no podía caminar hasta casa y comencé a cojear. La bella ciclista me rodea con sus brazos y nos introducimos en un gran taxi naranja. Resbalamos por la ciudad como en un sueño. Me sorprendí acariciando el cabello castaño de la joven mientras ella besaba mi cuello.
Pasaron lentos días agónicos en los que me perdí entre libros amargos y bostezos alcohólicos. La casa me abrazaba con abandono y tristeza. Me asomaba a la ventana para descifrar el cielo vacío de nubes. Temía que volviese a llover y me encontrase huérfano de tu boca, de tu piel, de tu olor. Me escondía tras los  visillos para vigilar la calle con vanas esperanzas. A veces sonaba el timbre, pero no llegabas sonriendo con picardía;  la mayoría de las veces era la bella ciclista quien acudía para quedarse hasta el ocaso que llenaba la casa de olores cálidos y colores blandos. Yo procuraba desviar la vista de sus labios húmedos y me concentraba en el vaso de bourbon manteniendo viva una estúpida ilusión.
Un día comenzó a llover. El timbre vibró de una manera cálida y conocida. La bella ciclista venía empapada, tiritando; pequeños arroyos caían de su cabello perdiéndose en su cuerpo. La estreché con fuerza para evitar su huida. Me encontré bebiendo su cuello mientras ella arañaba mi espalda. Esta vez se quedó hasta el amanecer. Escuchamos el temporal abrazados
 La mañana amaneció soleada. La bella ciclista se despidió con besos de albaricoque. Fui hasta la explanada para contemplar el concurso anual de cometas. Te vi y no sentí nada. A lo lejos se veían unas nubes púrpura. Te reías de manera espasmódica y la única sensación que tuve fue el aire entrando en mis pulmones. Corrí a refugiarme antes de que llegase la lluvia, buscando el calor de un tazón de cacao en casa y apostarme tras los cristales.
El cielo se abrió y comenzaron a caer los goterones, sólo se escuchaba el repiqueteo de la lluvia contra los adoquines.
Se sorprendió hechizado por el aguacero en el balcón, bebiendo las gotas y supo que jamás había amado a ninguna mujer, que siempre había estado enamorado de la lluvia y ahora la sentía resbalar por su cuerpo, empapándole mientras él buscaba ávido el agua que caía por su rostro.

jueves, 7 de abril de 2011

Posesión

Nunca mí, siempre  tú.
Tuyo...suyo...nuestro (tal vez).Vuestro, por  lo general.
Nunca mi...
Tuyo...suyo...nuestro (seguro que sí). Vuestro...
Mí, nunca; no; mejor  ser poseído: por ángeles o demonios apurando hasta el final cualquier trago...
Atrapado, hechizado, embrujado; las  calles húmedas a causa del deseo de los Ciudadanos.
Nak fue visto anoche a la hora de las ejecuciones; llevaba  la casaca manchada de sangre y vómitos; la  mirada alcohólica y los pensamientos ajados. Caía un  interminable aguacero en su conciencia mientras la luna roja parecía carcajearse en el cielo.
Mío, jamás...solamente de los demás; tuyo...suyo; nuestro, a veces, vuestro y de ellos que no paran de reír al fondo de la taberna.

Falsend 1.2 (y 2)

Llegaron los días de sol bailarín trayendo locas golondrinas ciegas piando nombres olvidados. Jugábamos a esconder besos entre las olas que susurraban palabras lejanas. Pintaban sentimientos y los colgábamos de cometas sutiles que mordisqueaban el cielo naranja; al final la muerte bebía brisa de océano hastiado.
Sus manos sostenían una copa de licor. Quiso odiar sus gestos, pero el esfuerzo le arrancó lágrimas. No podía escapar, habíais dejado encendidas las estrellas.
A veces  paseaban entre muertos y lluvia desesperada. La vio acercarse con su corazón en la mano. No quise dibujar palabras azules para ella. El corazón temblaba de frío.
Tibio olor a tierra mojada. A pesar del viento helado seguíamos comiendo estrellas para vomitar nubes azules sobre le océano dormido, Acariciando sueños un pájaro ciego voló entre sus corazones vacíos.
El tiempo asesinaba olas. El mar cubierto de flores de hielo mientras ellos se amaban como animales extraños. Ninguno deseaba otros sueños. Les gustaba arrancarse la piel, hundirse en el otro, conseguir atrapar noches y ojos de pesadilla.
Dibuje sus labios con pulso tembloroso. Caía un aguacero de zumo de lilas. Acaricie su piel morena olvidándome de la brisa que escribe venganzas. Escuchábamos el roce de los cuerpos y el olor de las sabanas.
Lucharon hasta el amanecer pleno de niebla naranja. Los tranvías y las farolas eran reflejos lejanos entre sus jadeos. Apenas jugaban ya a reconocerse en sus luchas. Las lluvias de tilos los abandonaron con los labios llenos de palabras prohibidas y sabores desconocidos.
 Recogí la camisa. La noche rompía sueños y olas desesperadas. Nada que me detuviese junto a ese ser arrojado por la noche a mis  sueños. Quise huir silenciosamente y desaparecer entre los amaneceres.
Se sorprendió redescubriendo sus caderas, dibujando la línea de sus senos; alimentando sueños.
Ella vagaba por las calles desgranando momentos refugiado en sus brazos. Caía un aguacero lejano y cautivo, sólo entonces se encontraron bebiendo sus respiraciones.

Falsend 1.2 (1)

Recogí la chaqueta arrugada. Busqué plumas negras entre los rayos de un sol apático. La luna chapoteaba alegremente con aire ausente mientras escondía su cuerpo entre sabanas de agua.
Fuera de allí extrañas brisas hacían girar los colores en las nubes. 
Las señales que dejaron otros exploradores. Construir un nuevo paisaje. Las agujas del reloj, signos tristes.
Podrían robarnos palabras los cuervos y decidimos tapar nuestras bocas con besos salados. Dejó que los gestos se convirtiesen en rituales desconocidos. El viento del norte pronuncia tu nombre mientras ocultabas mis oídos entre tus susurros.
Pasaron noches largas y frías. Sonreía desde la ventana haciendo señales a los veleros asesinados entre la niebla naranja. Esquivaba el minutero cerrando los ojos y pasando un dedo errante por sus labios resecos.
Cerrábamos los párpados para paladear recuerdos jugosos y lejanos. La noche no nos contaba nada nuevo entre sus ráfagas de brisa añil.
Recuerdos. Pronto llegarían las lluvias de suspiros y volverían a jugar a desesperarse. Los gestos cíclicos les harían quedar exhaustos al amanecer.
Temores de tardes vacías. Un continuo roce de cuerpos en combate premeditado y heroico.
Las calles regadas con lágrimas y ellos volteando el sol asombrado. Nubes verdes se hundían en el océano. Dibujar por enésima vez las geografías siempre por descubrir. Sedientos y aletargados esperando que el reloj cosquillease sus sueños.

miércoles, 6 de abril de 2011

Haiku

Ni sol, ni nubes africanas;
primavera light de postal sucia
verano ajado de océanos lejanos.

Falsend 1.0

Devoradores de estrellas se agolpan en las esquinas de las callejuelas malolientes para olvidar que sólo matan el tiempo, para no pensar en las tormentas de molibdeno, para huir de los tratantes de sueños.
Repeticiones de la misma cara una y otra vez. Torbellinos de edificios pensados para suicidas exigentes. Los tranvías arrastran los cuerpos de los ñandúes polacos atropellados.

¿Queremos realmente vivir entre la inmundicia o somos demasiado perezosos para dejar de ser prisioneros de la desidia?
La gran tela de araña de los sueños recobrados envuelve Falsend mientras los ciudadanos duermen confiados. Nosotros podríamos salvarla, pero se está tan bien aquí. Sonreímos cuando el tratan de sueños sirve otra ronda de estrellas para devorar. En un rincón dejamos nuestras esperanzas rotas.

                           ¡Qué tiempos!
Algunos creyeron ver al joven Nak intentando robar sueños, pero la noche había cambiado a rojo y los buitres ya no querían bailar.

martes, 5 de abril de 2011

Reflejo

Hace algún tiempo solía pasar por el bar una persona. Llegaba casi a medianoche, se sentaba frente a la ventana y bebía despacio cerveza tras cerveza.
Alguna vez intenté  conversar con él, no pude sacarle más que monosílabos. Siempre la misma mesa, la misma cerveza, la misma mirada perdida tras el cristal.
Dicen que lo vieron enjugarse una lágrima... yo eso no lo creo; parecía demasiado altanero como para ello. 
Una noche no volvió más y me dejó aquí para siempre; atrapado en el reflejo de la ventana esperando la misma cerveza en la misma mesa.

lunes, 4 de abril de 2011

Everlaw

No hay nada inexplicable.

Mi lápiz desapareció.
La mañana del 23-R me encontraba en la terminal con destino a Brindik.
Yo lo había dejado encima de la mesa y al girarme ya no estaba allí, lo he comprobado miles de veces; pero no está en parte alguna. Al principio creí haberlo comido, pero la madera y el grafito no forman, todavía, parte de mi dieta.
El lápiz era verde y atendía por W.Faber. Hace tiempo que me ronda por la cabeza un pensamiento terrible. Esta soledad me hace pensar cosas extrañas, yo nunca he tenido un lápiz verde, nunca he escrito a lápiz, ¡¡¡Un lápiz verde, qué tontería!!!
Les aseguro que no estoy solo en esta casa. Debe haber alguien, pues alguien tiene que haber cogido mi lápiz. Veo cosas que se desdibujan cuando intento tocarlas, las paredes se comban, el suelo se mueve, aparecen rostros en las puertas, me cruzo con sombras que desaparecen en el lavabo. Les aseguro que no estoy bien, incluso estoy pensando seriamente en que lugar habré extraviado mi lápiz verde.
Sigue sin aparecer Hilda, mientras los ñandúes polacos intentan calmar a un ciudadano histérico.

viernes, 1 de abril de 2011

El refugio

Una vez existió un lugar donde las noches no tenían fin en el cual nos refugiábamos, cansados de patear las calles húmedas.
Allí, al calor de unas cervezas, nos reuníamos los de siempre; los que huíamos de las aglomeraciones de patanes y vociferantes adolescentes, de los borrachos recurrentes y de las mujeres con mirada de desprecio.
Allí estábamos todos esperando quien sabe que.
El joven Nak todavía sonreía y los camareros podían fiarnos cervezas. Había noches en las que algo flotaba en el aire.Era en esas noches cuando alguien comenzaba a contar algún mito de la antigua Weisland, lo escuchábamos con los ojos entreabiertos imaginando tiempos mejores .Todo parecía pertenecernos; desde la luna hasta el Océano pasando por los ojos de la chica que se sentaba a nuestro lado.  Hubiésemos hecho cualquier cosa para que la noche no terminase,  para  tener siempre ese recuerdo y conseguir despertar a su lado, contemplando su cabello esparcido en su espalda , contemplando el sueño reflejado en su rostro,  no deseando que despertase para saborear su imagen boca abajo, plácida,  enfundada en una camiseta negra...
 Una tarde de invierno cerraron el lugar. Las autoridades acusaron al dueño de difundir,  propagar y promocionar actividades insanas Desde aquel día vagamos por la ciudad, pero aún no hemos vuelto a encontrar tus ojos