martes, 10 de mayo de 2011

Rydeen 1.0 (2)

El sol arrastra las sombras de los edificios. Las aguas del Ruysm reflejan un cielo extraño y una ciudad de juguete. Ella desvía la mirada hacia mi buhardilla.
Permanezco sentado sorbiendo el licor de mandarina mientras su vestido blanco juega con la brisa. Cae la tarde, a lo lejos escucho risas extrañas y los timbres de las pesadas bicicletas negras. Quisiera poder cerrar los ojos y sentir la caricia del tiempo sobre mi nuca, pero ella sigue ahí, a mi lado. Le sonrío y beso sus labios bajo las primeras luces de las farolas.

La casa es un eco lejano de soles robados y océanos perdidos. Jamás volveremos a observar el vuelo de las gaviotas reflejado en las jarras llenas de licor de mandarina.
Desde la ventana de nuestra habitación se ve la ciudad. Los cadáveres terminan sus juegos y regresan a las oficinas en sus monturas humeantes de ajonjolí. Los niños dejan que las palomas les saquen los ojos con un sonido suave, como de ola perezosa.

Ella se pasó la lengua por los labios brillantes. El sol arrojaba miradas entre las rendijas de la persiana que no consiguieron hacernos beber nuestro último sueño.

El anochecer llega como un asesino aficionado. Los tranvías resbalan hacia la muerte con chispazos violetas. Alguien, con sonrisa efervescente, tira piedras a los calendarios. Algunos edificios revolotean sobre la luz triste del horizonte. Espero, sujetando la barandilla, que la luna errática parpadee mensajes. Dicen que hay un Océano lleno de estrellas lentas y náufragos flemáticos.


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