miércoles, 11 de mayo de 2011

Rydeen 2.0 (1)

Caía la lluvia de lágrimas anaranjadas cuando decidí acercarme hasta el centro. Eludí los nuevos tranvías rojos y las muchachas sifilíticas, que no llevaban ropa interior, mostraban, con rubor tímido en sus muslos, sus mejores carnés de baile (se notaban muy gastados, como de madrugada de Año Nuevo.)
Las avenidas iban llenas de gente con gabardinas sobadas y gaviotas perdidas de andar exasperante.

El olor a carne de lactante empañaba el anochecer en Rodeen. Algunos de nosotros fueron a refugiarse en un cafetín sin nombres.
Vagaba por las callejuelas mojadas buscando una paloma índigo de ojos tristes y un lapicero de ebonita. Pensé en las lágrimas de vainilla que estarían helándose en la nevera esperando la llegada del ocaso.
Las terrazas están casi vacías. A lo lejos pasan coches de caballos con señoritas pálidas que saludan al pasar. Todos se asombran que, tras las ráfagas de lluvia de lágrimas anaranjadas, el sol otoñal brille azul sobre un cielo lleno de estrellas fugaces y arco-iris de colores fríos. El aire ya no regala olores de frambuesas y bicicletas pilotadas por muchachas. La media tarde resbala lentamente hasta que un velero se la lleva.

Alguien ha robado ese color mustio al Océano.


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