miércoles, 11 de mayo de 2011

Rydeen 2.0 (y 2)

Sobre la cresta de una ola del Ruysm encontré un sueño entre los restos del espejo. Algunos suicidas señalaban con sus ojos hacia el sureste con mirada de ahogados felices.
Los ciudadanos comen patas de gallinas crudas. Las nubes arrancan briznas de Océano. Alguien me llama desde un balcón. Una mujercita de ojos verdes quiere recuperar su paloma índigo de ojos tristes. Sonrío, aunque no puedo dejar de observar que debajo del vestido no lleva nada. Grito desde la calle:
-                  “Ahora le subo la paloma, pero tendrá que invitarme a tomar el té con pastas de ojos de ballenato ahorcado”.
Atrapar una paloma índigo no es una tarea sencilla. Encontré la paloma en unas escaleras del muelle, estaba empapada, temblaba de frió y se acurrucó entre mis manos. Los reflejos de la luna jugaban al escondite sobre la superficie del río. Caminaba despacio, todavía había luz en la ventana de la mujercita de ojos verdes.
Era casi la hora en la que suele amanecer cuando besé por última vez su ombligo con forma de rubí. Me subí el cuello del abrigo y crucé la ciudad. El Océano arropaba deseos huidos de las camas frías y solitarias. Tiré el paquete de cigarrillos en una fuente. Se podía escuchar el rumor apagado de los recogedores de basuras. Tenía tiempo de sacudirme las plumas de paloma índigo de ojos tristes que la mujercita me había regalado.
Busqué la ruta de las tabernas. La paloma me miraba y yo sentía su respiración cálida, asquerosa.
Resbalé en un charco y, desde él, un lapicero de ebonita dibujaba palabras de olores distintos.
Intenté regresar al cafetín, pero la paloma me pesaba mucho. Un cuchillo y su sangre salpicó mi traje, dibujó un nombre maldito y una rosa de los vientos.
 Al llegar al cafetín sin nombre saludé a los demás, pedí un zumo de ojos de actriz y regalé plumas de paloma índigo de ojos tristes a las muchachas sifilíticas. Me dejaron solo jugando con pajaritas de papel y mi lapicero de ebonita.

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