miércoles, 1 de junio de 2011

Falsend




                                      Me gustaría poder huir hacia las calles para gritar tu nombre, pero tengo miedo del silencio que vendrá después, del vacío aterrador tras el eco de mi voz rebotando contra los muros grises de la ciudad fría y húmeda. Quisiera escapar hacia las tenues colinas flotantes, empaparme de bruma y contemplar al atardecer recortándose sobre la cumbre del Ilthis; pero la amenaza de no sentirte a mi lado hace que me olvide de los intentos por aferrarme a todo aquello que ya no puede ser.



                                   El río sigue rigiendo los destinos de los suicidas pelirrojos. Me ahogo entre el humo de los cigarrillos antes de derrumbarme sobre la cama. La ciudad tras los cristales empañados. Desasosegarse con cada golpe siniestro en los viejos relojes. En los sueños acechan sombras que me hacen estremecer.



                                  Decidir con rapidez, agarrarse al sobretodo y hundirse de lleno en la noche poblada por los tratantes de sueños. El aliento se condensa en el aire. Los zapatos resuenan sobre los adoquines. Calles viejas en las que tropiezo con gentes de mirada leve como los suspiros. Esperaba encontrarte en un reflejo de la luna roja sobre el Océano. Intento recordar tu mirada. Pasa lentamente un tren sin suicidas. Sopla la brisa del sureste. Veo suicidas con sogas bajo el brazo.



                                 Un silencio pesado acaricia los parques solitarios. Mis pies esparcen hojas secas al andar. El Océano se intuye tras las esquinas donde el viento alimenta promesas de amor. Gaviotas de cabeza pelada girando en el cielo plomizo. Olor a algas. No consigo ordenar mis pensamientos. Aplastar la cajetilla de tabaco. Nadie puede devolverme el pasado. Un largo trago de amargo licor de ajenjo. Decidir sobre un futuro inexistente. Miedo a la soledad. ¿Qué lugar que no me traiga tu recuerdo?. Nada es igual desde que tu no estas.



                    El odio dominaba mi corazón con sólo notar tu presencia. Recuerdo mi torpe hipocresía al reír contigo, al agarrarme a tu cintura cuando cruzábamos la ciudad en tu desvencijada moto. Te detestaba con una aversión que me hacia tener arcadas. Todos tus movimientos eran una tortura para mí. Me enmascaraba en palabras amables, gestos amistosos y sucias barras de taberna para intentar destruirte. Trabajaba en tu contra por toda la ciudad mientras me creías tu camarada. Escribí anónimos insultantes, torpedee tus posibles citas de trabajo, te aleje de tus negocios, anule tus posibles triunfos y, cuando me necesitaste, te abandoné.



                             No me sentí contento con aquella victoria y aproveche un encuentro, que tú creíste fortuito, para darte el tiro de gracia. Durante la cena en aquella taberna cercana a los muelles hablamos de tu mala suerte. Estuve perfecto en el papel de amigo invitándote a innumerables jarras de vino que bebías como un autómata. Paseamos por las viejas calles empedradas insultando a los ñandúes polacos. Decidí, entonces, contarte la verdad. Una farola arañaba la niebla. Lo comprendiste todo poco antes de que te arrancase el corazón. Tu rostro se quedo al alcance de los tratantes de sueños para que apreciasen tu mueca de amargura.



                      Desde ese instante una parte de mí encontró reposo, pero tarde solo unos días en comprender que mi vida ya no tenia sentido. Mi odio nacía de la envidia de no poder amarte, de no entenderte; ahora consigo darme cuenta de que estaba cautivado por todos tus actos. Eras todo lo que yo deseaba ser, hacías todo los que yo jamás me atreví a realizar.



                     Estoy solo, sentado frente al mar, dándome cuenta de mi error. Nada puede volver a ser como antes. Siento nauseas de mí mismo. Pasa un tranvía amarillo cargado de violadores frustrados. Oigo el martilleo de los Ciudadanos en celo. Nadie puede ayudarme, perdí mi tiempo destruyendo lo que realmente amaba. No puedo continuar. Hundiéndose en el Océano puede verse, al fin, a la moribunda y roja luna. Todo se completa.



                      Encontraron el cadáver en una callejuela sin nombre. El corazón había sido arrancado.No pudo soportar tanta soledad, incluso inventó un camarada con el que compartía sus desdichas, también culpó este de todas sus desgracias cuando todos sabíamos que había sido él mismo quien se había buscado la ruina.

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