martes, 24 de enero de 2012

Nak 49.0

Las gotas de lluvia nocturna comenzaron a quemar su piel. Buscó abrigo bajo el cielo en sepia para no desaparecer como otros tantos paseantes. La única solución era saltar fuera de la noche hacia las colinas flotantes donde los cazadores de pensamientos devoran lenguas de foca e hígados de huracán melancólico.Huir. El viento desgarraba retazos de oscuridad. Abandonó la gabardina detrás de unos matorrales que maldecían a los balizadores de tempestades. Respiró tranquila al ver las farolas de iridio amagando reflejos malvas; la ciudad jugaba al escondite con los cometas despistados.

Correr sin objetivo. Cruzar calles vacías. Despistar a las bandas de amantes recelosos. Buscar sonidos muertos en los cubos de basura. Saltar sobre los despojos dejados por la Brigada Especial Anti-higiene.
El letrero de neón parpadea entre los vapores del helio nocturno. Sus pasos inseguros cruzaron, en  lento periplo, el  atestado local. Un Ciudadano recitaba versos propios que levantaban la ira de la concurrencia, así  como otros objetos: botellas vacías, zapatos  claveteados y ladrillos de hierro fundido. Un ágil camarero le sirvió una copa de licor
de rododendro que resbaló por su gaznate con la rapidez de un ñandú polaco.
Un parroquiano vomitó bombillas azules con gran estrépito pues éstas, al encenderse, tocaron, sin fallar una nota, el himno de los ululadores de las llanuras quánticas: cosa harto complicada y estética.
Pidió otro vaso de licor, sólo  para ver las elegantes evoluciones del camarero al evitar cuerpos caídos por el influjo de la luna en cuarto menguante. Aplastó un cigarrillo de ácido helado contra la cabeza de un borracho. No había nada que hacer, le pareció distinguir, entre las sombras, a Galocha; giró su rostro y salió precipitadamente.
Era demasiado temprano para volver. Había dejado de llover y en los charcos flotaban los cuerpecitos de las lechuzas despistadas que buscaban sus nidos. Dio una patada a un lirón de las praderas quánticas para despertarlo, éste salió al trote buscando un lugar oscuro para poder metamorfosearse en ululador. Algunas golondrinas nocturnas destrozaban ojos de agonizantes, que aguardaban bajo las arcadas del hospital.
Otra noche. Su corazón latió normalmente al recordar gestos, muecas  y ademanes. Entró en una farmacia y compró alcohol de 96 para mezclar con sueños desesperados.
Caminando hacia el hogar. Los héroes ya no abundan aún así tuvo ocasión de esquivar los ataques de los vendedores de almas en el puente Standlaw. Se zambulló en el agua roja ,sorteó los cuerpos de los ahogados sonrientes y rompió espejos redondos al salir a la superficie amarilla.
En casa al fin. Abrió una botella de bourbon y dejó pasar los segundos mientras intuía los mensajes en el vídeo-teléfono. Voces desconocidas que le hacían temblar y susurros conocidos que la hacían estremecer. Siguió bebiendo hasta terminar la botella de bourbon y comenzar la de alcohol de 96.Salió a la terraza. El sol vestía un resplandor azul violento y cadavérico. Corrió hasta su habitación para ver como el Océano
negro se teñía de amarillo fiebre. Los tranvías rojos atropellaban los cuerpos dormidos de los trabajadores nocturnos. Estaba contenta. Decidió no dormir, se duchó con agua
carbonatada y esperó la hora de las decapitaciones en Mundo-Visión.
Su mano apretaba un billete de aerodeslizador hacia Everlaw con transbordo en Krasny-Bor. Una mueca pícara asomaba en sus ojos naranja

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