Noches cálidas tan falsas como los gestos frívolos de las jóvenes que esperan los tranvías seduciendo a los Ciudadanos orondos y patéticos. Los oficinistas andaban sin rumbo aferrados a sus carteras de piel demasiado gastadas. En algún lugar de la ciudad ululaban los ñandues polacos en época de celo; en realidad toda la ciudad estaba en época de celo.
La noche abrazaba a Nak, le mecía; le dejaba la mente vacía ,tanto como los vasos que se alineaban frente a él en la barra sucia de ese bar. El bochorno se aferraba a los cuerpos y Nak deseaba que no terminase el ritual del apareamiento, que se alargase hasta los amaneceres cíclicos, hasta las mañanas resacosas, hasta esas tardes ociosas de sabor a sexo y sal.
Nak se sumió en sus pensamientos y dejó que otras manos le llevasen al final de sus deseos. Olía a océano y a mentira y eso comenzaba a gustarle.
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