El termómetro alcanzaba los 40º.
La habitación se estiraba en un extraño juego de dimensiones y siempre, en una esquina, estaba aquel hombre vestido de negro sonriendo torvamente. Intentaba cerrar los ojos para no verlo, pero sentía su presencia y su aliento en mi rostro, a pesar de que parecía estar a muy lejos su cuerpo parecía estirarse como una lombriz.
Hoy me horroriza su recuerdo cuando noto que se acerca la fiebre.
Hoy me horroriza su recuerdo cuando noto que se acerca la fiebre.
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