Los relojes de Weisland se habían detenido marcando la hora de las decapitacionbes rituales.Caía la tarde con el estrépito de un tranvía ,repleto de oficinistas tísicos, arrastándose cuesta arriba,chirriando como un Ciudadano en celo.
Los ñandúes polacos se esconden en los soportales para evitar las redadas que buscan voluntarios para los cadalsos.
Nak se refugia entre las sábanas usadas y los olores desconocidos,esperando que los relojes,por fin,asesinen la mañana.
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