La soledad no tenía este sabor. La noche carecían de esta luz floja y huidiza.
Un mantra que se extiende hasta tus sueños recurrentes. Pasividad, dolor, angustia y el roce de unos labios que, tal vez, nunca existieron.
La soledad era esto y sabía así: tan dulce como los labios, tan ácida como la lengua, tan salada como su coño.
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