jueves, 3 de febrero de 2011

Zona 0

Allá, a lo lejos, dicen que se oye el océano; no un mar de postal, sino un océano enorme, oscuro, que traga atardeceres y suicidas cíclicos.

Allá, más lejos aún, dicen que hay ciudades donde los bares sirven alcohol de arándanos y los aguaceros de media tarde rompen las almas.

Aquí.

No se sabe qué hay aquí.

Aquí es la zona muerta, el silencio, la opresión en el pecho; la luz extremadamente blanca de un mediodía inexistente, la oscuridad cómplice de una noche que no existió salvo en la memoria de algún loco.

Aquí. Aquí puedo encontrar algún pedazo que fui yo. Aquí puedo coleccionar palabras: las clasifico por colores, por olores, por fracasos, por mentiras piadosas, por promesas que huyeron, por tamaño. Algunas las paladeo; algunas las tiro contra la pared para ver si estallan o rebotan; otras las devoro para que me rasguen la garganta y me llenen de llagas el estómago.

Parece increíble, pero a pesar de todo, sigo escuchando las olas y sintiendo la lluvia en la cara; incluso puedo atrapar aquel roce y aquella mirada que sólo me pertenecen: sólo a mí y a aquella que aún sonríe y tú jamás conocerás.

Aquí, a pesar de la colección de palabras, no hay expresión válida que describa la zona cero. Eso podría ser una lágrima, pero las autoridades las han prohibido imponiendo sonrisas reglamentarias. Eso podría ser un gemido ahogado, pero la noche es silencio rasgado por sirenas. Las palabras terminan siendo letras sin sentido, cadáveres de animales en la cuneta, manchas que emborronan las páginas de mi colección, tan hermosa como inútil, tan enorme como vacía.

Aquí puede haber un zorro amaestrado, un agrimensor, unos gemelos inquietantes, unos soldados ebrios, algún ñandú polaco, o traficantes de sueños y tierra baldía.

Dicen que donde bate el océano se escuchan músicas que invitan a bailar y reír.

Aquí. Hablo y hablo, en una cháchara estúpida, pues solamente quiero escuchar mi voz para lanzar carcajadas extrañas, atado a una silla mientras estallan en mi cabeza las inútiles palabras. Aquí, en la zona muerta de la madrugada, busco fragmentos del que fui para conversar con aquel que creí conocer. No es el océano, es sólo una piscina: todo ilusión, espejismo.

Aquí. No se sabe qué hay aquí, tal vez no quiero saberlo, tal vez no deba saberlo, pero es tan fácil asomarse, tan hermoso regodearse con el rostro pegado al límite. Me asomo, más y más, y puedo ver cómo me precipito y, lejos, muy lejos, el océano se traga atardeceres y colecciones de palabras.



No hay comentarios:

Publicar un comentario