Las mañanas de bostezos y sueños atrapados en el espejo. Los mediodías de sol bobo y cerveza caliente. Los atardeceres púrpuras y los paquebotes que eluden la línea del horizonte. Las noches de alcohol barato y juegos de espejos.
Y así, Nak, se refugiaba en una liturgia monótona hasta que Molibdeno pateaba un ñandú polaco o un Ciudadano vomitaba sobre el suelo repleto de serrín y todo volvía a sr casi perfecto; como una sinfonía de Mozart o una bofetada de una muchacha demasiado borracha.
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