Alguien había apagado los neones. Estaba un poco desorientado a causa del aguacero de jugo de pomelo. La brisa se pegaba a mi traje. Un cierto aroma me incitó a emprender mi procesión noctámbula, huyendo de las señales enviadas por los tranvías repletos de aprendices de enterrador.
Me acerqué hasta los bares eludiendo las vomitonas de los ñandúes polacos y las miradas estúpidas de los elegantes ciudadanos. Vagué esperando encontrar respuestas a las preguntas de siempre; tal vez buscaba la sombra del joven Nak agazapado tras una copa de absenta o simplemente deseaba olvidar esas caricias y no sentir jamás ese dolor en el pecho.
Mis codos en la barra del garito, mis manos jugueteando con la copa y mi mirada parándose en la expresión del tratante de sueños que bebía a mi lado, en los inevitables ñandúes polacos vomitando en añil desesperación. La música era horrenda, las bebidas sabían a colector de basura, el ambiente era cutre y decadente; en aquel lugar tenía todo lo que podía hacerme feliz.
Intenté acostumbrarme a la penumbra, al humo de los cigarrillos baratos, al olor a vomitona y a orines, a las mujeres extrañas bebiendo con aire de melancolía, a los ciudadanos que se pasaban la lúbrica lengua por sus grasientos labios, a los camareros con mirada ausente y uñas enlutadas; volví a reconcentrarme en mi cuarta copa
Al fondo de la barra se apoyaba una mujer que comenzó a acercarse. No había nada especial ni atractivo en ella y eso me interesó. Hicimos gala de cinismo y buenas maneras, evitamos cualquier comentario inteligente y las miradas anhelantes de los tratantes de sueños
Caminábamos hacia mi guarida bajo la noche azul mentira esquivando los tranvías pilotados por conductores borrachos. Nuestros besos eran falsas promesas e hipocresía en movimiento.
- No suelo ir con chicos.
Estuve a punto de decir que no me extrañaba...pero yo tampoco podía presumir de mis conquistas.
Lo peor llegó a la hora de iniciar las danzas rituales del sexo. “Tienes que enseñarme, no sé”. A pesar de su ignorancia gemía, se retorcía, jadeaba, clavaba sus uñas en mi espalda; como si supiese que mi cara estaba empapada con sus secreciones. Inútilmente traté de culminar el acto, no había manera de conseguir una erección; realmente no importaba, ella yacía boca arriba ahíta de placer. Entonces sucedió. Vio su rostro reflejado en el espejo y en la foto de la mesilla; entonces salió corriendo gritando insultos inefables.
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