Seguía pegado a la barra con la mirada fija en el vaso, ajeno a todo el bullicio. Su lengua, como la de un ñandú polaco, lamía el filo cortante del vaso que le habían servido siguiendo las estrictas normas de higiene y urbanidad imperantes en el gremio hostelero. Chupó cuidadosamente la sangre de su labio. La sangre caía sobre el mostrador.Suspiró y se dijo que no estaría nada mal recuperar algunas pesadillas mientras escribía con sus dedos rojos sobre la espalda de una mujer
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