Había vuelto a la arena con ánimo de revancha, con las ganas renovadas, con el deseo íntimo de volver a poder manipular su juguete favorito mientras en las gradas atestadas de público los hinchas más acérrimos aullaban hasta el paroxismo.
Había regresado tras una larga travesía por el desierto con su alma hecha jirones y su autoestima ahogada, tras un agotador periplo por llanuras heladas e inhóspitas.
Había devorado soledad y se había empachado. Había masticado despecho , desprecio y vacío.
Y ahora, tras esa dura odisea que la había dejado varada en la orilla, había logrado volver a sentir que dominaba el ajado juguete que estaba en sus manos. Realmente no lo había añorado ni había sentido la necesidad de volver a tenerlo a su merced; pero notaba cierta satisfacción al sentir el conocido peso en sus dedos.
Decidió terminar la partida porque ,al fin y al cabo, sólo había vuelto para jugar. Abandonó el juguete sobre la lona ,creyendo que se llevaba la victoria, sin saber que muchos artefactos, aunque no se rompan , jamás funcionan correctamente, en un estúpido y mecánico gesto de rebeldía.
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