Nak se asomaba al abismo de sus pesadillas mientras intentaba no ahogarse entre sus fracasos que se hundían en océanos de ginebra. Esquivó las miradas cansadas de las mujeres solitarias porque sólo le interesaban sus caricias urgentes.
Nak permaneció allí, en la mesa más apartada, cómo un naufrago aferrado a un madero carcomido. Continuó allí, esperando que el amanecer apuñalase la superficie del mar mientras escuchaba viejas y estúpidas canciones de otros mundos .
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