A pesar de aparentar frialdad, tranquilidad o cierto desapego lo cierto es que a Nak le corroían por dentro los nervios como víboras, como gusanos que no querían ser mariposas, como mordiscos de rata; como si sus vísceras quisieran devorarle.
Y aún así sonreía mientras sentía el aroma del Océano, el viento del norte o la caricia de una mano conocida.
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