domingo, 24 de noviembre de 2019

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La respiración se agita. Los ojos brillan, el rubor de las mejillas, los sonidos que saben a deseo, los labios que suenan a sabores nuevos y antiguos.
Sintiendo la piel desnuda entre las sábanas abandonándose a la cálida sensación de la respiración en el oído susurrando palabras que erizan el vello. La lengua que recorre el cuerpo de manera sabia, los labios que marcan los territorios de batallas antiguas y futuras, la saliva que dibuja caminos húmedos, el  aliento que acaricia.los fluidos impregnando la piel, relamiendo hasta la última gota.
Boca abajo elevándose hacia el goce mientras  apenas quedan  centímetros de su piel que no se estremezcan al contacto, temblando  al sentir los mordiscos ávidos ,los dientecillos clavándose en su piel; tan cerca del placer que duele.
La lengua, traviesa, incisiva; que redescubre nuevos caminos consiguiendo que un leve rubor se instale en las mejillas, elevando un poco más el nivel de inconsciencia placentera.
Tomando aire, abriendo los ojos recuperando el placer, boqueando al sentir el cálido empuje en su interior que le hace suspirar, jadear…cada vez más alto, cada  vez más lejos de si, tan dentro que quema, sin  desear que termine; queriendo siempre más, pidiendo más gritando mientras el cuerpo se curva en un espasmo ,en un pandemonio de gritos y jadeos.
Volviendo a respirar despacio, lentamente; boqueando como un pez fuera del agua. Sólo entonces tuvo la necesidad de girarse para sentir su piel cálida y sudorosa, besar su boca fresca, para sentirla más cerca, para sentirse más suyo.






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