Nak agarró su angustia por los pelos y decidió hundirla en el océano entre los cuerpos blancos y fofos de los Ciudadanos. Esquivó las miradas inquisitivas de los tratantes de sueños acodados en la barandilla oxidada que se asomaba a la inhóspita plata y decidió no tener piedad alguna con esa congoja que le suplicaba quedarse enquistada en su alma durante otro largo invierno más.
Cada ola que envolvía al obstinado desasosiego era una bocanada de esperanza en el plexo solar de Nak.pudo,por fin,ver como se hundía,no muy lejos de la orilla y comenzó a caminar hacia las viejas calles empedradas dispuesto a encontrar otro tormento,otra tortura con la que acompañar su devenir.
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