Todos en la Academia de Tzaragoza despreciaban al joven Nak. Eludían su presencia, no soportaban su compañía. El joven Nak se refugiaba en un silencio torvo y apagaba su odio seccionando las patas de los ratones del laboratorio o torturando a los ñandúes polacos.
Nadie quería al joven Nak y él, en su interior, sólo deseaba amar. Amar a aquellos jóvenes como él ,nacidos para el vicio, educados para el odio y la violencia.
El joven Nak no podía entender porqué no encontraba la solución al enigma mientras golpeaba con saña a un grupo de ancianos parapléjicos.
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