Aporrea la puerta. El joven Nak viste su camisa negra y sus botas de cordones con hebillas relucientes. La puerta no se abre y se impacienta; puede sentir la mirada de los borrachos sobre su cráneo pelado. Ahora ya no puede volverse atrás.
Nak golpea la puerta con mayor ímpetu. Puede escuchar risitas ahogadas dentro del baño, que él imagina maloliente. Esas risas todavía consiguen enfurecerle más porque sabe que las expresiones burlonas se apoderan de los parroquianos.
La puerta se abre al fin. Nak se abalanza contra el primer pipiolo que se toquetea la nariz, el segundo jovenzuelo sólo tiene tiempo de iniciar una mueca nerviosa antes de acabar con la cabeza embutida en el retrete. Nak puede sentir el silbido asustado de los ñandúes polacos.
El joven Nak arregla sus correajes. “Es duro evitar que los adolescentes se corrompan” medita mientras esnifa la cocaína que acaba de requisar a los jovenzuelos.
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